Plástica y calidad en Brancusi

  • Tipo: Escritos
(Revista Mundo Argentino, abril 1956, págs. 30 y 31) ¡Qué admirable conjunto éste de obras de Brancusi! ¡Qué calidad en el tratamiento y la combinación de los materiales, qué inteligencia en la plástica, qué simplicidad! Brancusi es un gran, pero muy grande escultor, mejor dicho, para el modo de ver de nuestra época, un gran plástico, un gran creador de formas. En realidad, con respecto a la época que empieza, es un primitivo, con la fuerza y expresión de todo lo primitivo. A pesar de su belleza, unas pocas obras sueltas de Brancusi no pueden dar idea del inmenso valor que revela la obra en conjunto. El conjunto, además de expresar una forma de creación artística, expresa una forma de trabajo, buscada y conseguida a través de versiones repetidas en diferentes materiales. En la forma de trabajo de Brancusi hay inspiración de artista y paciencia de artesano, pero de artesano moderno, que sabe utilizar las herramientas mecánicas y las técnicas nuevas. Esta forma de trabajo es inseparable de su taller. Siempre me acuerdo de Brancusi, de su taller, del extraordinario poder que emanaba de él, de la manera como en él se palpaba la seriedad de su trabajo. Me acuerdo de los contrastes de las paredes blancas y muy altas con las vidrieras del techo, de la luz cayendo sobre esa inmensa riqueza de materiales y calidades. Me acuerdo de varias de sus columnas sin fin, de madera llena de rajaduras, tan en el espacio y atravesar los vidrios y sumergirse en ese mar de luz que se veía a través de ellos. Me acuerdo de los inmensos coqs en yeso, de una lindísima espiral negra dibujada sobre un gran círculo blanco contra la pared, de las máquinas que Brancusi utilizaba como herramientas, de una máquina fotográfica muy negra sobre un limpio y vigoroso trípode de metal negro. Me acuerdo de Brancusi que iba mostrándome sus obras, quitando las espléndidas gamuzas que las cubrían, y de la cara radiante con que ese viejito de barba blanca, vestido, como un albañil o como un lechero, con pantalón blanco y blusa blanca suelta, ponía en marcha, encantado, los mecanismos que hacían mover las bases de algunas de ellas, y de la vida que las formas de bronce tomaban al ir girando lentamente sobre las bases de metal o de piedra. Me acuerdo de lo poco que le gustó a Brancusi cuando al destapar una cabeza preciosa, acostada, de una forma encantadora y hecha apenas con dos líneas, de bronce pulidísimo, yo no pude menos que tocarla con un dedo, y quedó por unos segundos una especie de mancha o aureola empañada. Me miró muy resentido y me dijo: Ça ne se fait pas. Había sido una inmensa tentación, yo me sentía atraído a tocar y palpar esos materiales que no sólo entran por la vista, sino por el tacto. Conversando con uno de los guardias de la exposición, éste me dijo muy en secreto que el pescado sonaba profundamente, como una campana, si se le golpeaba suavemente con el nudillo de un dedo. Lo golpeó un poco y dio un sonido precioso, pero no de campana, nada tenía de metálico, era el sonido de un mármol llevado, por el desgaste y el pulimento, a un estado de extrema tensión. Cuando estaba dos salas más allá del pescado volví a oír ese precioso sonido; era el guardia que gozaba como yo de esas maravillas y no podía dejar de darle un golpecito. Tuve que sonreírme, pensando en lo que diría Brancusi, y si reconocería que sus objetos podían admirarse por otros sentidos que la vista... La simplicidad, la elegancia, la armonía, el encanto, se encuentran en todas las obras. Una característica de Brancusi es el componer y crear cada obra junto con su base o apoyo, que según el caso armoniza o contrasta para dar fuerza a la forma. El mármol, el ónix, el calcáreo, el bronce, la madera, forman una armoniosa sinfonía de calidades y colores, de texturas y brillos, realizada siempre con la austera medida, con gusto exacto. Las formas de Brancusi parten de la realidad, pero por simplificación, por condensación, llegan a ser formas esenciales de una pureza emocionante.