Revista La Nación, octubre 1981, pág. 7
-Usted no ignora que muchos lo definen como un arquitecto sin obras...
-Realmente soy un arquitecto sin obras; lo reconozco y me apena mucho.
-Tal vez podría decirse que usted es un teórico, o un crítico o un estudioso...
-Ninguna de esas calificaciones que siempre tenemos tan a mano se me pueden aplicar. Soy una persona que se ha dedicado al estudio de grandes temas, los grandes temas actuales y en este sentido soy un realizador.
-¿Es usted un idealista, un utopista?
-No, de ningún modo. Sé que los temas que encaro son reales. No ideales ni utópicos. Son los temas que acosan al hombre y que aún están sin resolver. Alguien debe abordarlos y yo lo he hecho desde siempre. Hace casi cuarenta años hice un estudio de Planeamiento de la Patagonia que todavía hoy tiene vigencia. La Sala para el Espectáculo Plástico y el Sonido; el Edificio Suspendido para Oficinas; el Santuario de Nuestra Señora de Fátima; las Viviendas en el Espacio; el Aeropuerto en el Río de la Plata son proyectos no construidos, pero todos, absolutamente todos, han dejado una enseñanza, una huella mucho más profunda que millares de obras construidas, conformistas, rutinarias, que han contribuido a congelar una estructura urbana que no parece servir al hombre, su destinatario, sino, antes bien, agredirlo.
(Revista La Nación, octubre 1981, pág. 7)